viernes, 24 de septiembre de 2010
BBXVI: Bendición para las familias españolas
La firme voluntad de la Asociación Católica Cruz de San Andrés con respecto a la visita del Papa es ofrecerle la mejor acogida; pero no sólo externa, sino también interior. El Santo Padre nos ha de encontrar preparados espiritualmente para obtener de esta visita el mayor provecho para la Iglesia.
Por ello, entre los carteles que hemos editado en CRUZ DE SAN ANDRÉS con ocasión de la visita del Papa a Barcelona, tiene especial significación el que llevará por lema “Benedicto XVI – Bendición para las familias españolas”.
Ello es así porque, aún sin conocer el contenido de los discursos del Papa en esta visita, sabemos que la humanidad tiene la perentoria necesidad de que el Santo Padre hable de la institución natural que es la FAMILIA cristiana; y por tanto, tenemos la absoluta seguridad de que así lo hará.
¿Y por qué es tan perentorio que el Papa hable en Barcelona de la familia cristiana? La primera razón es que la voz del Papa es la voz más potente y la más clara de cuantas defienden la Ley Natural, de tal manera que se impone por su misma fuerza, tanto a católicos como a no católicos. Lo estamos viendo en sus encíclicas, referente indispensable no sólo del pensamiento católico, sino también de la filosofía humanista sobre la que se sostiene toda la civilización occidental. Y lo vemos también en los luminosísimos discursos que pronuncia con ocasión de sus viajes. En todo el mundo se escucha con respeto y a menudo con admiración, la doctrina de la Iglesia Católica.
Lo acabamos de ver en Inglaterra, uno de los feudos del anticatolicismo. Aunque le esperaban con las uñas afiladas; se han rendido a la humilde brillantez con que ha expuesto ante los agnósticos y los escépticos, la necesidad que tienen de la doctrina católica, también sus enemigos.
El Santo Padre ha dejado claro, por ejemplo, que no se puede separar la política de la moral, porque esta última es una construcción eminentemente religiosa y sin ella, la política se vacía totalmente de sentido y de contenido. Por ello, no es intelectualmente aceptable ni sostenible el empeño del racionalismo por separar la fe y la razón, como si fuesen antagónicas e inconciliables. Es un error que la política se desentienda de la religión y se esfuerce por relegarla al ámbito de lo exclusivamente privado. A estas alturas de las ciencias humanas, eso es un evidente disparate. Son las verdades del barquero que, dichas por el Papa, resplandecen por el mundo entero con un brillo sorprendente.
Seguramente que alguien más proclama esas grandes verdades, pero no se le oye. Benedicto XVI, además de ser escuchado por ser la cabeza de la Iglesia católica, es también respetado y atendido por la enorme autoridad moral acumulada a lo largo de una dilatada vida de estudio, que ha fructificado en numerosas publicaciones. Ratzinger era ya una de las grandes firmas de la iglesia y era reconocido como una de las inteligencias más preclaras mucho antes de alcanzar su posición actual. Su discurso de articulación de la razón y la fe y de la necesidad inexcusable de la religión y de la moral en la vida cívica y en la política, lo tiene tan elaborado a lo largo de sus obras, que fluye de su pluma y de su boca como verdades incontrovertibles, al alcance de doctos e indoctos.
Por ello, los católicos esperamos con impaciencia las palabras del Papa sobre la FAMILIA, que con toda seguridad marcarán un antes y un después. Tras las palabras de Su Santidad, las cosas ya no serán igual. Los católicos nos sentiremos espoleados por el Santo Padre a defender la familia y la vida con aún más valentía y con aún mayor claridad de ideas; y los no católicos, tendrán que acomodar sus razones a las grandes verdades del Orden Natural que proclamará el Santo Padre en sus discursos.
En cuanto al calificativo de “españolas” y no de “cristianas” para las familias, la razón es que el modelo occidental de familia -y por tanto también el español- siempre será el modelo cristiano, que como ya hemos dicho, coincide con el defendido por el Derecho Natural. Es evidente que al salir el Papa en defensa de la familia cristiana, pone su atención en todas las familias construidas sobre este modelo, que es el único defendible desde el Orden Natural. Observemos como contrapunto, como el modelo poligámico musulmán nada tiene que ver con nuestro modelo de familia, algo que podemos apreciar si comparamos en como mientras en el cristianismo sí se ha trabajado a fondo el respeto y la igualdad entre el hombre y la mujer, el islamismo ha trabajado precisamente en la dirección contraria.
En resumen, que el edificio tradicional de la familia occidental es cristiano desde sus mismos cimientos, que es el que concuerda con el Orden Natural y por tanto, que es el que hemos de defender y exportar al mundo entero, como garante de la libertad de todos y cada uno de sus miembros y como fuente de respeto y de amor entre todos ellos.
Mariano Aranal
Secretario Cruz de San Andrés
www.cruzdesanandres.org
http://www.vidayfamilia.es/argumentario.php?id=35
viernes, 17 de septiembre de 2010
Discurso de Newman en Roma al recibir el Biglietto que le anunciaba su designación cardenalicia (12 de mayo de 1879)
Discurso de Newman en Roma al recibir el Biglietto que le anunciaba su designación cardenalicia (12 de mayo de 1879)
En la mañana del lunes 12 de mayo, Newman fue al Palazzo della Pigna, la residencia del Cardenal Howard, que le había cedido sus apartamentos para recibir allí al mensajero del Vaticano que traía el Biglietto de parte del Cardenal Secretario de Estado, informándole que en un Consistorio secreto, que había tenido lugar esa misma mañana, el Santo Padre le había elevado a la dignidad de Cardenal. A las once en punto, las habitaciones estaban llenas de católicos ingleses y americanos, tanto eclesiásticos como laicos, y también muchos miembros de la nobleza romana y dignatarios de la Iglesia, reunidos para ser testigos de la ceremonia. Poco después del mediodía fue anunciado el mensajero consistorial. Al entrar entregó el Biglietto en manos de Newman, quien, después de romper el sello, lo pasó a Mons. Clifford, obispo de Clifton, el cual leyó el contenido en voz alta. Luego, el mensajero informó al nuevo Cardenal que Su Santidad lo recibiría en el Vaticano a las diez de la mañana del día siguiente, para conferirle la birreta cardenalicia. Después de los acostumbrados cumplidos, Su Eminencia el Cardenal John Henry Newman pronunció el siguiente discurso, que desde entonces es conocido como Biglietto Speech. El primer párrafo lo pronunció en italiano:
“Le agradezco, Monseñor, la participación que me hecho del alto honor que el Santo Padre se ha dignado conferir sobre mi humilde persona. Y si le pido permiso para continuar dirigiéndome a Ud., no en su idioma musical, sino en mi querida lengua materna, es porque en ella puedo expresar mis sentimientos, sobre este amabilísimo anuncio que me ha traído, mucho mejor que intentar lo que me sobrepasa.
En primer lugar, quiero hablar del asombro y la profunda gratitud que sentí, y siento aún, ante la condescendencia y amor que el Santo Padre ha tenido hacia mí al distinguirme con tan inmenso honor. Fue una gran sorpresa. Jamás me vino a la mente semejante elevación, y hubiera parecido en desacuerdo con mis antecedentes. Había atravesado muchas aflicciones, que han pasado ya, y ahora me había casi llegado el fin de todas las cosas, y estaba en paz. ¿Será posible que, después de todo, haya vivido tantos años para esto? Tampoco es fácil ver cómo podría haber soportado un impacto tan grande si el Santo Padre no lo hubiese atemperado con un segundo acto de condescendencia hacia mí, que fue para todos los que lo supieron una evidencia conmovedora de su naturaleza amable y generosa. Se compadeció de mí y me dijo las razones por las cuales me elevaba a esta dignidad. Además de otras palabras de aliento, dijo que su acto era un reconocimiento de mi celo y buen servicio de tanto años por la causa católica, más aún, que creía darles gusto a los católicos ingleses, incluso a la Inglaterra protestante, si yo recibía alguna señal de su favor. Después de tales palabras bondadosas de Su Santidad, hubiera sido insensible y cruel de mi parte haber tenido escrúpulos por más tiempo.
Esto fue lo que tuvo la amabilidad de decirme, ¿y qué más podía querer yo? A lo largo de muchos años he cometido muchos errores. No tengo nada de esa perfección que pertenece a los escritos de los santos, es decir, que no podemos encontrar error en ellos. Pero lo que creo poder afirmar sobre todo lo que escribí es esto: que hubo intención honesta, ausencia de fines personales, temperamento obediente, deseo de ser corregido, miedo al error, deseo de servir a la Santa Iglesia, y, por la misericordia divina, una justa medida de éxito. Y me alegra decir que me he opuesto desde el comienzo a un gran mal. Durante treinta, cuarenta, cincuenta años, he resistido con lo mejor de mis fuerzas al espíritu del liberalismo en religión. ¡Nunca la Santa Iglesia necesitó defensores contra él con más urgencia que ahora, cuando desafortunadamente es un error que se expande como una trampa por toda la tierra! Y en esta ocasión, en que es natural para quien está en mi lugar considerar el mundo y mirar la Santa Iglesia tal como está, y su futuro, espero que no se juzgará fuera de lugar si renuevo la protesta que hecho tan a menudo.
El liberalismo religioso es la doctrina que afirma que no hay ninguna verdad positiva en religión, que un credo es tan bueno como otro, y esta es la enseñanza que va ganando solidez y fuerza diariamente. Es incongruente con cualquier reconocimiento de cualquier religión como verdadera. Enseña que todas deben ser toleradas, pues todas son materia de opinión. La religión revelada no es una verdad, sino un sentimiento o gusto; no es un hecho objetivo ni milagroso, y está en el derecho de cada individuo hacerle decir tan sólo lo que impresiona a su fantasía. La devoción no está necesariamente fundada en la fe. Los hombres pueden ir a iglesias protestantes y católicas, pueden aprovechar de ambas y no pertenecer a ninguna. Pueden fraternizar juntos con pensamientos y sentimientos espirituales sin tener ninguna doctrina en común, o sin ver la necesidad de tenerla. Si, pues, la religión es una peculiaridad tan personal y una posesión tan privada, debemos ignorarla necesariamente en las interrelaciones de los hombres entre sí. Si alguien sostiene una nueva religión cada mañana, ¿a ti qué te importa? Es tan impertinente pensar acerca de la religión de un hombre como acerca de sus ingresos o el gobierno de su familia. La religión en ningún sentido es el vínculo de la sociedad.
Hasta ahora el poder civil ha sido cristiano. Aún en países separados de la Iglesia, como el mío, el dicho vigente cuando yo era joven era: “el cristianismo es la ley del país”. Ahora, en todas partes, ese excelente marco social, que es creación del cristianismo, está abandonando el cristianismo. El dicho al que me he referido se ha ido o se está yendo en todas partes, junto con otros cien más que le siguen, y para el fin del siglo, a menos que interfiera el Todopoderoso, habrá sido olvidado. Hasta ahora, se había considerado que sólo la religión, con sus sanciones sobrenaturales, era suficientemente fuerte para asegurar la sumisión de nuestra población a la ley y al orden. Ahora, los filósofos y los políticos están empeñados en resolver este problema sin la ayuda del cristianismo. Reemplazarían la autoridad y la enseñanza de la Iglesia, antes que nada, por una educación universal y completamente secular, calculada para convencer a cada individuo que su interés personal es ser ordenado, trabajador y sobrio. Luego, para el funcionamiento de los grandes principios que toman el lugar de la religión, y para el uso de las masas así educadas cuidadosamente, se provee de las amplias y fundamentales verdades éticas de justicia, benevolencia, veracidad, y semejantes, de experiencia probada, y de aquellas leyes naturales que existen y actúan espontáneamente en la sociedad, y en asuntos sociales, sean físicas o psicológicas, por ejemplo, en el gobierno, en los negocios, en las finanzas, en los experimentos sanitarios, y en las relaciones internacionales. En cuanto a la religión, es un lujo privado que un hombre puede tener si lo desea, pero por el cual, por supuesto, debe pagar, y que no debe imponer a los demás ni permitirse fastidiarlos.
El carácter general de esta gran apostasía es uno y el mismo en todas partes, pero en detalle, y en carácter, varía en los diferentes países. En cuanto a mí, hablaría mejor de mi propio país, que sí conozco. Creo que allí amenaza con tener un formidable éxito, aunque no es fácil ver cuál será su resultado final. A primera vista podría pensarse que los ingleses son demasiado religiosos para un movimiento que, en el continente, parece estar fundado en la infidelidad. Pero nuestra desgracia es que, aunque termina en la infidelidad como en otros lugares, no necesariamente brota de la infidelidad. Se debe recordar que las sectas religiosas que se difundieron en Inglaterra hace tres siglos, y que son tan poderosas ahora, se han opuesto ferozmente a la unión entre la Iglesia y el Estado, y abogarían por la descristianización de la monarquía y de todo lo que le pertenece, bajo la noción de que semejante catástrofe haría al cristianismo mucho más puro y mucho más poderoso. Luego, el principio liberal nos está forzando por la necesidad del caso. Considerad lo que se sigue por el mismo hecho de que existen tantas sectas. Se supone que son la religión de la mitad de la población, y recordad que nuestro modo de gobierno es popular. Uno de cada doce hombres tomados al azar en la calle tiene participación en el poder político, y cuando les preguntáis sobre sus creencias representan una u otra de por lo menos siete religiones. ¿Cómo puede ser posible que actúen juntos en asuntos municipales o nacionales si cada uno insiste en el reconocimiento de su propia denominación religiosa? Toda acción llegaría a un punto muerto a menos que el tema de la religión sea ignorado. No podemos ayudarnos a nosotros mismos. Y, en tercer lugar, debe tenerse en cuenta que hay mucho de bueno y verdadero en la teoría liberal. Por ejemplo, y para no decir más, están entre sus principios declarados y en las leyes naturales de la sociedad, los preceptos de justicia, veracidad, sobriedad, autodominio y benevolencia, a los que ya me he referido. No decimos que es un mal hasta no descubrir que esta serie de principios está propuesta para sustituir o bloquear la religión. Nunca ha habido una estratagema del Enemigo ideada con tanta inteligencia y con tal posibilidad de éxito. Y ya ha respondido a la expectativas que han aparecido sobre la misma. Está haciendo entrar majestuosamente en sus filas a un gran número de hombres capaces, serios y virtuosos, hombres mayores de aprobados antecedentes, y jóvenes con una carrera por delante.
Tal es el estado de cosas en Inglaterra, y es bueno que todos tomemos conciencia de ello. Pero no debe suponerse ni por un instante que tengo temor de ello. Lo lamento profundamente, porque preveo que puede ser la ruina de muchas almas, pero no tengo temor en absoluto de que realmente pueda hacer algún daño serio a la Palabra de Dios, a la Santa Iglesia, a nuestro Rey Todopoderoso, al León de la tribu de Judá, Fiel y Veraz, o a Su Vicario en la tierra. El cristianismo ha estado tan a menudo en lo que parecía un peligro mortal, que ahora debemos temer cualquier nueva adversidad. Hasta aquí es cierto. Pero, por otro lado, lo que es incierto, y en estas grandes contiendas es generalmente incierto, y lo que es comúnmente una gran sorpresa cuando se lo ve, es el modo particular por el cual la Providencia rescata y salva a su herencia elegida, tal como resulta. Algunas veces nuestro enemigo se vuelve amigo, algunas veces es despojado de esa especial virulencia del mal que es tan amenazante, algunas veces cae en pedazos, algunas veces hace sólo lo que es beneficioso y luego es removido. Generalmente, la Iglesia no tiene nada más que hacer que continuar en sus propios deberes, con confianza y en paz, mantenerse tranquila y ver la salvación de Dios. “Los humildes poseerán la tierra y gozarán de inmensa paz” (Salmo 37,11).[1]
Su Eminencia habló con voz fuerte y clara, y aún cuando estuvo de pie todo el tiempo no mostró signos de fatiga.
El texto fue telegrafiado a Londres por el corresponsal del “The Times” y apareció completo en el periódico al día siguiente. Más aún, gracias a la bondad del Padre Armellini, S.J., que lo tradujo al italiano durante la noche, salió completo en “L’Osservatore Romano” del día siguiente.
Traducción y comentario Fernando María Cavaller
Extraído de www.humanitas.cl
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