jueves, 6 de septiembre de 2012

En respuesta a todos los nacionalismos (también al español)


Como católicos: Patriotas y tradicionalistas siempre, nacionalistas nunca
  A raíz de conocer la gesta de las hermanas Baleztena, es interesante recordar que amar a la Patria es un deber ineludible para un católico, pero solo se puede amar lo que se conoce. Por eso, por la desconocer o por conocer solo muy superficialmente la verdadera historia de España, difícilmente pueden muchos de nuestros jóvenes y aun muchos de nuestros mayores, amar a España profundamente.
Porque la Patria no es solamente un territorio en el que se ha nacido o pasado una gran parte de nuestra vida. La Patria es un vínculo espiritual que incluye a todos aquellos que han contribuido a forjarla en el pasado, en el presente  y aun en el futuro.  Y es además una misión y un destino, una empresa humana que, a través de la historia y del mejor legado de todos nuestros ancestros y coetáneos (que es a lo que llamamos TRADICIÓN), nos acerca a Dios a nosotros y a nuestros descendientes.
Importante por tanto saber diferenciar el patriotismo del sentimiento “nacionalista”, pues el nacionalismo es un concepto liberal y revolucionario (y por ende anticristiano), que se basa en dos pilares destructores de lo tradicional y de lo patrio, a cual más miserable e irreal:
Por un lado, Los nacionalismos se han iniciado siempre en entornos burgueses acomodados, en su búsqueda de un hábitat político que les permita alcanzar un mayor dominio sobre la población, mediante la consecución de un poder local con las menores ataduras posibles. Por ello, cualquier movimiento nacionalista fija siempre sus mayores esperanzas y esfuerzos en la constitución de un poder político más o menos independiente, según interese para su perpetuación en el tiempo, a las élites burguesas dominantes.
En segundo lugar y como estructura imaginaria que ayude a justificar “moralmente” el punto anterior, el nacionalismo tiende a fomentar la ruptura con el entorno más cercano mediante la mentira y el ocultamiento de todo aquello que, justamente por ser verdaderamente noble, forma parte de las raíces que nos unen al resto de la Patria. Es por ello que el nacionalismo fomenta la ruptura y lo mezquino, la exclusividad megalómana y racista de considerarse “superiores” al resto, por un autojustificado “derecho histórico”  que para nacer (de ahí también lo de “nación”), suele desfigurar la propia historia hasta hacerla monstruosamente irreconocible (un buen ejemplo de ello lo encontrarán ustedes en el libro de Don Javier Barraycoa, “Historias ocultas del nacionalismo catalán”). Por ejemplo: Un nacionalista catalán preferirá olvidarse y hasta negar la catalanidad de Agustina de Aragón, para que así se sigan ignorando los lazos que históricamente unen al pueblo catalán, con el resto de España.
 Pero a la Patria no solo se la ha de amar, también es obligado venerarla (pues es el legado de nuestros antepasados), servirla y protegerla como protegemos nuestra propia casa (bien común de todos los ciudadanos pasados, presentes y futuros) y por supuesto, tenerla en gran estima, por los inmensos vienes que nuestros ancestros en ella nos legaron.
La Patria para un cristiano es una gran familia, que nos une y nos hace comprensivos y más caritativos con todos aquellos que nos rodean. La Patria tiende a la universalidad, especialmente en España, pues traza vínculos históricos y de sangre indisolubles con multitud de pueblos en Europa, Ásia, África y por supuesto, América. España nos hace más católicos, porque además de su universalidad, nuestra historia confluye admirablemente y durante largos siglos, con los intereses espirituales de la de la Iglesia Universal.
Por todo ello es por lo que se nos hace tan ofensiva la mezquindad de nuestros actuales políticos, mercenarios de unos salarios desaforados que rapiñan mientras esquilman escandalosamente a las familias, el techo que da cobijo a nuestros hijos y aun el pan a los más pobres de entre nosotros.
Además, la Patria España, que compartimos con todos los pueblos hispánicos y por eso lo correcto es llamarla “Las Españas”, es especialmente hermosa por su catolicidad, fe a la que hemos sacrificado mil veces en nuestra historia, beneficios e intereses.
España ha rescatado, gracias a nuestra fe en Cristo, a multitud de pueblos de la barbarie, del canibalismo, de la opresión oscura del mal y del sometimiento absoluto al poder terrenal de aquellos que desconociendo a Cristo-Dios-Amor, se servían de las vidas de sus súbditos  para, en una orgía de sangre, alagar cualquiera de las mil caras tras las que se oculta el Príncipe del Mal. España a predicado y llevado a multitud de pueblos a Cristo-Dios-Amor, elevando a infinitas multitudes a la dignidad de pueblos hermanos, con iguales y aun mayores derechos de los que legalmente ostentaban sus conquistadores.
La monarquía católica española reconoció la humanidad de los indígenas americanos y por ello los trató como a súbditos, procuró su evangelización y los protegió, en la medida de lo humanamente posible, legislando en su favor (las Leyes de Indias) y jamás toleró su esclavitud. Una actitud muy diferente y con muy diferentes resultados, a la que mantuvieran especialmente los ingleses y los holandeses en el norte del continente americano.
Por último, recordar que sin duda Dios ha concedido a las Españas la gracia necesaria para que, como cualquier comunidad familiar, pueda cumplir con su noble y alto cometido histórico, siempre que sepamos pedirlas y recibirlas con fidelidad a Cristo. Nuestra falta de fe y de oración actuales, son la principal causa del actual estado de postración de nuestra Patria. Ahora bien, para salir del presente estado de postración, no es necesario esperar una vuelta mayoritaria de la sociedad española hacia Cristo, pues más que el número interesa la “calidad” de unos pocos.
Pero se necesita de la entrega desinteresada de esos pocos, capaces de mantener un esfuerzo continuado que levanten con fuerza la bandera de la España tradicional y Católica.

Efrén de Pablos
Presidente de Cruz de San Andrés

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